La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

jueves, 2 de agosto de 2012

Cerrando Gandía


He escrito varias veces la misma palabra, esa que nuestros padres nos repetían de pequeños que no estaba bien decirla; sí, esa que empieza por “M” y a veces cambiamos por “miércoles” si hay algún niño delante. La repetí una y otra vez, otra, otra y otra más. Cuando creí que ya me había desahogado bastante comprobé que en realidad lo único que había conseguido era escribir el párrafo más simple y feo que había hecho nunca; así que decidí borrarlo.
Hace un par de horas entorné la maleta, imagino que ahora entenderéis porque repetí tantas veces la palabra esa que empieza por “M”, nunca me ha gustado hacer una maleta, y menos si es para irme de aquí. Digo que la entorné porque no la cerré del todo, porque me conozco y conozco también a mi madre, porque sé que seguro que algo se me ha olvidado y porque sé que mi madre me dirá “Maca, ¿qué pensabas hacer sin esto?” – mientras me mete el neceser o los apuntes de Constitucional en el bolsillo lateral. En fin, que no voy a enrollarme más con esto. Hablaré de lo que quiero hablar que – me encanta decir esto- para eso soy yo quien escribe.
Esta tarde se ha vuelto algo triste, no sé si una tarde puede entristecerse o quizá he sido yo quien se ha puesto un poco ñoña; el caso es que mañana me voy a Madrid, después de 35 días en Gandía y claro… la vuelta no se hace fácil. Gracias a Dios que mis días en Madrid se reducirán a dos, por cosillas que quiero hacer allí, y luego ya me voy agosto entero a La Coruña, de dónde soy, y una de las mejores ciudades del mundo. Aunque haya dejado de mirar hacia atrás cada día, hoy ha sido inevitable, y hasta fascinante, pensar que era la última tarde de playa, la última puesta de sol aquí, al menos durante este verano. Claro que en La Coruña tendré más días de playa, pero quien sepa un poco de España sabe que el Noroeste y el Mediterráneo son bien diferentes. En realidad disfruto también de estas cosas, de momentos así en los que ves que lo bueno se acaba, será que como soy gallega tengo la palabra “morriña” tatuada en las venas.
A veces no los soporto, en general y en particular, y muchas veces les resulto insoportable, lo sé; ahora hablo de los hermanos, claro. Esas personas maravillosas y diferentes que forman la mitad de los recuerdos de mi vida. Pero, ¿para qué queremos recuerdos si la vida es más que eso?  Pues para demostrarnos a nosotros mismos cuantísimo valemos, por si algún día nos desanimamos tener algo en que pensar y a quién llamar si tenemos, o no, un problema. Este mes de julio hemos conseguido reunirnos los siete hermanos – lo sé, ¡que coraje mis padres que tienen siete hijos!- y en una balanza esto ha sido francamente bueno. Yo no buscaba unas vacaciones de fiesta, porque eso ya me ha sobrado durante todo el curso, ni de amigos, porque los amigos que tengo ya tienen sus momentos conmigo y a mi familia le debía muchas, muchísimas horas; y ellos a mi me debían también algo de tiempo.
Vivir fuera de casa está fenomenal, a quien no lo haya hecho le recomiendo que lo haga: descubrirás por ti mismo que el polvo se reproduce a la velocidad del rayo y que nada se recoge solo. Aprenderás a madrugar cuando hayas llegado tarde a clase una veintena de veces, a saber si 1euro el kilo de patata es barato o caro, a moverte “solo” por la vida. Todo tienes sus pros y sus contras, lo malo de vivir solo es que estás menos con tu familia, y más todavía si eres el menor de los herman@s, y muchos de ellos ya han formado su vida y viven en otra ciudad. El problema de ser “la niña de mamá” es que, aunque sea su niña, como vivimos a 600km no siempre me puede mimar como quisiera ni yo la tengo a mi lado siempre que la necesito. Pero eso también resulta maravilloso. A lo que iba: los hermanos, la familia. Se acaban las vacaciones en las que hemos conseguido reunirnos los siete hermanos, con cuñados y sobrinos incluidos; la próxima vez que nos reunamos todos será… no sé, espero que antes de Navidad.
Gracias a cada rayo de sol que se ha quedado en mi cuerpo, a la salitre, a la arena. Gracias al calor húmedo, al olor de Valencia y a mi familia, que aunque – con cariño – a veces no os entienda, sabéis que os quiero.

1 comentario:

  1. Acabo de leerlo y me ha encantado, Maca!!! Precioso! Te quiero. Mua
    María

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