La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

martes, 25 de enero de 2011

En su ladera

Salió de la tienda y no creyó que nadie se hubiese fijado en el. Tenía que ir a la farmacia y al zapatero a recoger sus botas. Hacía frío, todavía era la tarde del lunes pero el cielo iba tiñendose marino.
Llevaba su bufanda bien enroscada en el cuello y sus viejos guantes, de piel todavía más vieja, le calentaban las manos. Su aliento se mezclaba con el aire contaminado en forma de vaho blanquecino y sus pies, incansables, se resignaban a seguir caminando.
Las patillas se asomaban por su gorro de lana y eso le hacía aun más interesante. Las bolsas de la compra le daban un aire real, el resto: vestimenta y cuerpo, parecían sacados de una novela.
Iba serio pero no estaba malhumorado, en realidad no estaba de ningún modo en particular; y si tuviese que estar en algún lado... pensaba, si tuviese que estar en algún lado... estaría en el campo.
Era un enamorado de lo verde: era su color favorito el que teñía la pradera de su casa, la falda de las montañas y blanca era la nieve que solo en invierno cubría los altos. Verde eran los ojos de su niña, y verde el lago donde se bañaba de pequeño. Verde era la naturaleza entre la que creció, verde fue su infancia y sus recuerdos.
Hoy, verde, ya casi no le queda nada. Porque el tiempo pasa y no puede dar marcha atrás, porque es inteligente y no cambiaría nada de lo que ha hecho o de lo que le ha ocurrido.
Dejó el campo, su vida entera, porque la hierba había crecido demasiado alto. Dejó todo lo de color menta y botella para enfrascarse en una ciudad abierta, que decía aceptar a todos; lo difícil fue aceptarla a ella.
Me fijé en sus patillas y me imaginé su vida, me fijé en sus guantes viejos, en su mirada vaga y perdida; comprobé que se negaba a acostumbrarse al asfalto gris, al cielo enclaustrado entre edificios y al leve verde de los letreros de algunas tiendas.
Miré mas allá de sus facciones y sus suaves gestos y comprobe que era un errante, que no se había acostumbrado porque nunca quiso. Era un errante de patillas gruesas que reconocía haber vivido, era un hombre interesante para ser observado desde el otro lado de la calle, no sé si sería tan interesante su vida. Cuando giró a la izquierda dejé de verle, me imaginé que seguiría andando recto: saldría de Madrid y de lo spueblos de las afueras y acabaría llegando a un lugar verde, tal vez su campo y su montaña. Allí se quitaría el gorro, los guantes y las y botas y se dejaría caer y acariciar entre la hierba. Allí respiraría tranquilo y nunca más volvería a verme.


(((maca)))

1 comentario: